UNIDAD TEMÁTICA 3. LAS CARACTERÍSTICAS PEDAGÓGICAS DE LA LITERATURA INFANTIL
Psicología del Cuento de Hadas. Bruno Bettelheim. Leer desde Pág 53 hasta Pág 86
Próximo Martes 21 de Agosto: Descargar el libro Alicia en el País de las maravillas
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UNIDAD TEMÁTICA 2. LAS CONDICIONES DE LA LITERATURA FANTÁSTICA ¿EXISTE LA LITERATURA INFANTIL?
CARACTERÍSTICAS DE LO
FANTÁSTICO EN LA INFANCIA
CATEGORIAS
NIÑO-FORMACIÓN- CONSTRUIR UN IMAGINARIO
CONTEXTO: MEDIOS COMUNICACIÓN, LUGAR, LA SITUACIÓN
ESTEREOTIPO-
FESTIVO-LO RITUAL-LO COSTUMBRISTA-MULTIRACIAL-DISCRIMINACIÓN-DIALECTO
CULTURAL= PARADIGMA
INVERTIR EL
PARADIGMA= REAL=FANTÁSTICO
LOS NIÑOS SABEN VOLAR= LOS NIÑOS NO PUEDE VOLAR
LOS NIÑOS NO VAN AL COLEGIO PORQUE ESTA LLOVIENDO
UNIDAD TEMÁTICA 1. LOS LÍMITES ENTRE LO FANTÁSTICO Y LO REAL
DOCUMENTOS
1. Todorov Tzvetan - Introduccion A La Literatura Fantastica. Descargar aquí
El
sentimiento de lo fantástico*- Julio
Cortázar
Yo
he sido siempre y primordialmente considerado como un prosista. La poesía es un
poco mi juego secreto, la guardo casi enteramente para mí y me conmueve que
esta noche dos personas diferentes hayan aludido a lo que yo he podido hacer en
el campo de la poesía. (...) he pensado que me gustaría hablarles concretamente
de literatura, de una forma de literatura: el cuento fantástico.
Yo
he escrito una cantidad probablemente excesiva de cuentos, de los cuales la
inmensa mayoría son cuentos de tipo fantástico. El problema, como siempre, está
en saber qué es lo fantástico. Es inútil ir al diccionario, yo no me molestaría
en hacerlo, habrá una definición, que será aparentemente impecable, pero una
vez que la hayamos leído los elementos imponderables de lo fantástico, tanto en
la literatura como en la realidad, se escaparán de esa definición.
Ya
no sé quién dijo, una vez, hablando de la posible definición de la poesía, que
la poesía es eso que se queda afuera, cuando hemos terminado de definir la
poesía. Creo que esa misma definición podría aplicarse a lo fantástico, de modo
que, en vez de buscar una definición preceptiva de lo que es lo fantástico, en
la literatura o fuera de ella, yo pienso que es mejor que cada uno de ustedes,
como lo hago yo mismo, consulte su propio mundo interior, sus propias
vivencias, y se plantee personalmente el problema de esas situaciones, de esas
irrupciones, de esas llamadas coincidencias en que de golpe nuestra
inteligencia y nuestra sensibilidad tienen la impresión de que las leyes, a que
obedecemos habitualmente, no se cumplen del todo o se están cumpliendo de una
manera parcial, o están dando su lugar a una excepción.
Ese
sentimiento de lo fantástico, como me gusta llamarle, porque creo que es sobre
todo un sentimiento e incluso un poco visceral, ese sentimiento me acompaña a
mí desde el comienzo de mi vida, desde muy pequeño, antes, mucho antes de
comenzar a escribir, me negué a aceptar la realidad tal como pretendían
imponérmela y explicármela mis padres y mis maestros. Yo vi siempre el mundo de
una manera distinta, sentí siempre, que entre dos cosas que parecen
perfectamente delimitadas y separadas, hay intersticios por los cuales, para mí
al menos, pasaba, se colaba, un elemento, que no podía explicarse con leyes,
que no podía explicarse con lógica, que no podía explicarse con la inteligencia
razonante.
Ese
sentimiento, que creo que se refleja en la mayoría de mis cuentos, podríamos
calificarlo de extrañamiento; en cualquier momento les puede suceder a ustedes,
les habrá sucedido, a mí me sucede todo el tiempo, en cualquier momento que
podemos calificar de prosaico, en la cama, en el ómnibus, bajo la ducha,
hablando, caminando o leyendo, hay como pequeños paréntesis en esa realidad y
es por ahí, donde una sensibilidad preparada a ese tipo de experiencias siente
la presencia de algo diferente, siente, en otras palabras, lo que podemos
llamar lo fantástico. Eso no es ninguna cosa excepcional, para gente dotada de
sensibilidad para lo fantástico, ese sentimiento, ese extrañamiento, está ahí,
a cada paso, vuelvo a decirlo, en
cualquier momento y consiste sobre todo en el hecho de que las pautas de la
lógica, de la causalidad del tiempo, del espacio, todo lo que nuestra
inteligencia acepta desde Aristóteles como inamovible,
seguro y tranquilizado se ve bruscamente sacudido, como conmovido, por
una especie de, de viento interior, que los desplaza y que los hace cambiar.
Un
gran poeta francés de comienzos de este siglo, Alfred Jarry, el autor de tantas
novelas y poemas muy hermosos, dijo una vez, que lo que a él le interesaba
verdaderamente no eran las leyes, sino las excepciones de las leyes; cuando
había una excepción, para él había una realidad misteriosa y fantástica que
valía la pena explorar, y toda su obra, toda su poesía, todo su trabajo
interior, estuvo siempre encaminado a buscar, no las tres cosas legisladas por
la lógica aristotélica, sino las excepciones por las cuales podía pasar, podía
colarse lo misterioso, lo fantástico, y todo eso no crean ustedes que tiene
nada de sobrenatural, de mágico, o de esotérico; insisto en que por el
contrario, ese sentimiento es tan natural para algunas personas, en este caso
pienso en mí mismo o pienso en Jarry a quien acabo de citar, y pienso en general en
todos los poetas; ese sentimiento de estar inmerso en un misterio continuo, del
cual el mundo que estamos viviendo en este instante es solamente una parte, ese
sentimiento no tiene nada de sobrenatural, ni nada de extraordinario,
precisamente cuando se lo acepta como lo he hecho yo, con humildad, con
naturalidad, es entonces cuando se lo capta, se lo recibe multiplicadamente
cada vez con más fuerza; yo diría, aunque esto pueda escandalizar a espíritus
positivos o positivistas, yo diría que disciplinas como la ciencia o como la
filosofía están en los umbrales de la explicación de la realidad, pero no han
explicado toda la realidad, a medida que se avanza en el campo filosófico o en
el científico, los misterios se van multiplicando, en nuestra vida interior es
exactamente lo mismo.
Si
quieren un ejemplo para salir un poco de este terreno un tanto abstracto,
piensen solamente en eso que utilizamos continuamente y que es nuestra memoria.
Cualquier tratado de psicología nos va a dar una definición de la memoria, nos
va a dar las leyes de la memoria, nos va a dar los mecanismos de funcionamiento
de la memoria. Y bien, yo sostengo que la memoria es uno de esos umbrales
frente a los cuales se detiene la ciencia, porque no puede explicar su misterio
esencial, esa memoria que nos define como hombres, porque sin ella seríamos
como plantas o piedras; en primer lugar, no sé si alguna vez se les ocurrió
pensarlo, pero esa memoria es doble; tenemos dos memorias, una que es activa,
de la cual podemos servirnos en cualquier circunstancia práctica y otra que es
una memoria pasiva, que hace lo que le da la gana: sobre la cual no tenemos
ningún control.
Jorge
Luis Borges escribió un cuento que se llama “Funes el memorioso”, es un cuento
fantástico, en el sentido de que el personaje Funes, a diferencia de todos
nosotros, es un hombre que posee una memoria que no ha olvidado nada, y cada
vez que Funes ha mirado un árbol a lo largo de su vida, su memoria ha guardado
el recuerdo de cada una de las hojas de ese árbol, de cada una de las
irisaciones de las gotas de agua en el mar, la acumulación de todas las
sensaciones y de todas las experiencias de la vida están presentes en la
memoria de ese hombre. Curiosamente
en nuestro caso es posible, es posible que todos nosotros seamos como Funes,
pero esa acumulación en la memoria de todas nuestras experiencias pertenecen a
la memoria pasiva, y esa memoria solamente nos entrega lo que ella quiere.
Para
completar el ejemplo si cualquiera de ustedes piensa en el número de teléfono
de su casa, su memoria activa le da ese número, nadie lo ha olvidado, pero si
en este momento, a los que de ustedes les guste la música de cámara, les
pregunto cómo es el tema del andante del cuarteto 427 de Mozart, es evidente
que, a menos de ser un músico profesional, ninguno de ustedes ni yo podemos
silbar ese tema y, sin embargo, si nos gusta la música y conocemos la obra de
Mozart, bastará que alguien ponga el disco con ese cuarteto y apenas surja el
tema nuestra memoria lo continuará. Comprenderemos en ese instante que lo
conocíamos, conocemos ese tema porque lo hemos escuchado muchas veces, pero
activamente, positivamente, no podemos extraerlo de ese fondo, donde quizá como
Funes, tenemos guardado todo lo que hemos visto, oído, vivido.
Lo
fantástico y lo misterioso no son solamente las grandes imaginaciones del cine,
de la literatura, los cuentos y las novelas. Está presente en nosotros mismos,
en eso que es nuestra psiquis y que ni la ciencia, ni la filosofía consiguen
explicar más que de una manera primaria y rudimentaria.
Ahora
bien, si de ahí, ya en una forma un poco más concreta, nos pasamos a la
literatura, yo creo que ustedes están en general de acuerdo que el cuento, como género literario, es un poco la casa, la
habitación de lo fantástico. Hay novelas con elementos fantásticos, pero
son siempre un tanto subsidiarios, el cuento en cambio, como un fenómeno
bastante inexplicable, en todo caso para mí, le ofrece una casa a lo
fantástico; lo fantástico encuentra la posibilidad de instalarse en un cuento y
eso quedó demostrado para siempre en la obra de un hombre que es el creador del
cuento moderno y que se llamó Edgar Allan Poe. A partir del día en que Poe
escribió la serie genial de su cuento fantástico, esa casa de lo fantástico,
que es el cuento, se multiplicó en las literaturas de todo el mundo y además
sucedió una cosa muy curiosa y es que América Latina, que no parecía
particularmente preparada para el cuento fantástico, ha resultado ser una de
las zonas culturales del planeta, donde el cuento fantástico ha alcanzado sus
exponentes, algunos de sus exponentes más altos. Piensen, los que se preocupan
en especial de literatura, piensen en el panorama de un país como Francia,
Italia o España, el cuento fantástico no existe o existe muy poco y no
interesa, ni a autores, ni a lectores; mientras que, en América Latina, sobre
todo en algunos países del cono sur: en el Uruguay , en la Argentina... ha
habido esa presencia de lo fantástico que los escritores han traducido a través
del cuento. Cómo es posible que en un plazo de treinta años el Uruguay y la Argentina
hayan dado tres de los mayores cuentistas de literatura fantástica de la
literatura moderna. Estoy naturalmente citando a Horacio Quiroga, a Jorge Luis
Borges y al uruguayo Felisberto Hernández, todavía, injustamente, mucho menos
conocido.
En
la literatura lo fantástico encuentra su vehículo y su casa natural en el
cuento y entonces, a mí personalmente no me sorprende, que habiendo vivido
siempre con la sensación de que entre lo fantástico y lo real no había límites
precisos, cuando empecé a escribir cuentos ellos fueran de una manera casi
natural, yo diría casi fatal, cuentos fantásticos.
(...)
Elijo para demostrar lo fantástico uno de mis cuentos, La noche boca arriba, y
cuya historia, resumida muy sintéticamente, es la de un hombre que sale de su casa
en la ciudad de París, una mañana, en una motocicleta y va a su trabajo,
observando, mientras conduce su moto, los altos edificios de concreto, las
casas, los semáforos y en un momento dado equivoca una luz de semáforo y tiene
un accidente y se destroza un brazo, pierde el sentido y al salir del desmayo,
lo han llevado al hospital, lo han vendado y está en una cama, ese hombre tiene
fiebre y tiene tiempo, tendrá mucho tiempo, muchas semanas para pensar, está en
un estado de sopor, como consecuencia del accidente y de los medicamentos que
le han dado; entonces se adormece y tiene un sueño; sueña curiosamente que es
un indio mexicano de la época de los aztecas, que está perdido entre las
ciénagas y se siente perseguido por una tribu enemiga, justamente los aztecas
que practicaban aquello que se llamaba la guerra florida y que consistía en
capturar enemigos para sacrificarlos en el altar de los dioses.
Todos
hemos tenido y tenemos pesadillas así. Siente que los enemigos se acercan en la
noche y en el momento de la máxima angustia se despierta y se encuentra en su cama
de hospital y respira entonces aliviado, porque comprende que ha estado
soñando, pero en el momento en que se duerme la pesadilla continúa, como pasa a
veces y entonces, aunque él huye y lucha es finalmente capturado por sus
enemigos, que lo atan y lo arrastran hacia la gran pirámide, en lo alto de la
cual están ardiendo las hogueras del sacrificio y lo está esperando el
sacerdote con el puñal de piedra para abrirle el pecho y quitarle el corazón.
Mientras lo suben por la escalera, en esa última desesperación, el hombre hace
un esfuerzo por evitar la pesadilla, por despertarse y lo consigue; vuelve a
despertarse otra vez en su cama de hospital, pero la impresión de la pesadilla
ha sido tan intensa, tan fuerte y el sopor que lo envuelve es tan grande, que
poco a poco, a pesar de que él quisiera quedarse del lado de la vigilia, del
lado de la seguridad, se hunde nuevamente en la pesadilla y siente que nada ha
cambiado. En el minuto final tiene la revelación. Eso no era una pesadilla, eso
era la realidad; el verdadero sueño era el otro. Él era un pobre indio, que
soñó con una extraña, impensable ciudad de edificios de concreto, de luces que
no eran antorchas, y de un extraño vehículo, misterioso, en el cual se
desplazaba, por una calle.
Si
les he contado muy mal este cuento es porque me parece que refleja
suficientemente la inversión de valores, la polarización de valores, que tiene
para mí lo fantástico y, quisiera decirles además, que esta noción de lo
fantástico no se da solamente en la literatura, sino que se proyecta de una
manera perfectamente natural en mi vida propia.
Terminaré
este pequeño recuento de anécdotas con algo que me ha sucedido hace
aproximadamente un año. Ocho años atrás escribí un cuento fantástico que se
llama “Instrucciones para John Howell”, no les voy a contar el cuento; la
situación central es la de un hombre que va al teatro y asiste al primer acto
de una comedia, más o menos banal, que no le interesa demasiado; en el
intervalo entre el primero y el segundo acto dos personas lo invitan a
seguirlos y lo llevan a los camerinos, y antes de que él pueda darse cuenta de
lo que está sucediendo, le ponen una peluca, le ponen unos anteojos y le dicen
que en el segundo acto él va a representar el papel del actor que había visto
antes y que se llama John Howell en la pieza.
“Usted
será John Howell”. Él quiere protestar y preguntar qué clase de broma estúpida
es esa, pero se da cuenta en el momento de que hay una amenaza latente, de que
si él se resiste puede pasarle algo muy grave, pueden matarlo. Antes de darse
cuenta de nada escucha que le dicen “salga a escena, improvise, haga lo que
quiera, el juego es así”, y lo empujan y él se encuentra ante el público... No
les voy a contar el final del cuento, que es fantástico, pero sí lo que sucedió
después.
El
año pasado recibí desde Nueva York una carta firmada por una persona que se
llama John Howell. Esa persona me decía lo siguiente: “Yo me llamo John Howell,
soy un estudiante de la universidad de Columbia, y me ha sucedido esto; yo
había leído varios libros suyos, que me habían gustado, que me habían
interesado, a tal punto que estuve en París hace dos años y por timidez no me
animé a buscarlo y hablar con usted. En el hotel escribí un cuento en el cual
usted es el protagonista, es decir que, como París me ha gustado mucho, y usted
vive en París, me pareció un homenaje, una prueba de amistad, aunque no nos
conociéramos, hacerlo intervenir a usted como personaje. Luego, volví a N.Y, me
encontré con un amigo que tiene un conjunto de teatro de aficionados y me
invitó a participar en una representación; yo no soy actor, decía John, y no
tenía muchas ganas de hacer eso, pero mi amigo insistió porque había otro actor
enfermo. Insistió y entonces yo me aprendí el papel en dos o tres días y me
divertí bastante. En ese momento entré en una librería y encontré un libro de
cuentos suyos donde había un cuento que se llamaba “Instrucciones para John
Howell”. ¿Cómo puede usted explicarme esto, agregaba, cómo es posible que usted
haya escrito un cuento sobre alguien que se llama John Howell, que también
entra de alguna manera un poco forzado en el teatro, y yo, John Howell, he
escrito en París un cuento sobre alguien que se llama Julio Cortázar.
Yo
los dejo a ustedes con esta pequeña apertura, sobre el misterio y lo
fantástico, para que cada uno apele a su propia imaginación y a su propia
reflexión y desde luego, a partir de este minuto estoy dispuesto a dialogar y a
contestar, como pueda, las preguntas que me hagan.
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